Las fotos no pueden siquiera empezar a reflejar lo que queda en el corazón después del encuentro con el Ganges. Un encuentro soñado largamente, finalmente llegar. Y bajar las escaleras del ghat, la plataforma donde nos esperaba un barquito que nos permitiría ver el aarti, la ceremonia de luz, desde el río. Porque cada noche se agradece a Ganga, la diosa hecha río, el milagro de un día más. Llegar y llorar de emoción, los sacerdotes, los pordioseros, los vendedores, la gente común, las velas, las luces, los cantos, los turistas, las cámaras de fotos, el clima, la magia. Cuando pude recomponerme un poco saqué un par de fotos.
Cuando subimos al barquito nos vendieron una suerte de pirotines con una flor y una velita. Al terminar el aarti, cada uno encendió su velita con la intención elegida y la colocó en el río. Hermoso ver nuestras intenciones flotando en el río sagrado.
Después nos acercamos al ghat de cremación y vimos las fogatas desde lejos. Un anticipo de lo que vería en vivo y en directo en Pashupatinah en Nepal.
A la mañana siguiente, nos despertamos bien de madrugada y volvimos al río para ver amanecer. Otra energía completamente diferente. La vida cotidiana: gente lavando la ropa, vendiendo chucherías, haciéndose baños rituales.
Y de pronto el sol que se levanta y baña el río de naranja, de amarillo. Tan bello, tan mágico! Y encendimos nuevas velitas con nuevas intenciones. Era el 13 de enero, día de cumpleaños de mi papá. Mi velita fue en su memoria.
Navegar por el Ganges fue una de las experiencias más conmovedoras que he tenido.
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